jueves, 4 de octubre de 2018

Mañanas de travesía

Transporte indigno que afecta el día a día a la comunidad de Ciudad Bolívar

Foto: Laura Michell Córtes 

Un día como cualquier otro siendo las 4:15 de la mañana salgo de casa rumbo al trabajo con la esperanza de llegar a las 6:00 a.m en punto, llego al paradero del Sitp (Sistema integrado de transporte público) en la plazoleta de Juan Pablo ll, en medio de la helada madrugada de Bogotá que me congela los pies, a lo lejos observo las farolas de lo que parece ser un Sitp, pero me desilusiona ver que son carros particulares que prestan un servicio transporte a los vecinos del sector por un valor de mil pesos que los lleva a el barrio San francisco. 

Han pasado 15 minutos de la larga espera, mi desesperación crece al ver que el tiempo pasa y mi transporte no llega, pasados cinco minutos se aproxima un bus y con esto me alivio pero la alegría no me duró mucho tiempo, mientras que saco mi mano del bolsillo con la tarjeta verde tu llave hago una seña para que este pare, el conductor con un gesto me da a entender que es prácticamente imposible entrar, luego observo pasar lo que creía era mi esperanza en frente mío, veo las personas que van en el bus están en las puertas con miradas desesperadas y agobiadas. 

Decido salir corriendo hacia otro barrio en medio de la soledad y oscuridad de las calles veo un forcejeo de un bolso de hombre hacia a una mujer unas cuadras adelante, esto me atemoriza y decido tomar otro camino, pero resulta que el trayecto es más largo. Pasaron treinta y cinco minutos son las 4:50 llego ya agotada, sudorosa y despelucada al paradero del siguiente barrio llamado Capri, ansiosa porque el bus pase rápido. 

Pasados diez minutos se acerca un alimentador que me sirve para que me lleve al portal Tunal, al ingresar al bus el ambiente se siente tenso, veo caras largas debido a los apretones y los pequeños espacios, además de las peligrosas maniobras del conductor por las estrechas vías me sostengo fuertemente de los barandales para evitar los golpes o empujar a otros y a pesar del ambiente aún tengo la esperanza de llegar a mi lugar de trabajo. 

Miro mi reloj marca las 5:15 hasta ahora voy al frente del hospital de Meissen, “tan cerca, pero a la vez tan lejos”, el trancón ocasionado debido al semáforo, la congestión vehicular y a la restricción de las 6:00 de la mañana para los camiones, volquetas, furgones y tractomulas son un gran martirio en medio de mi afán. 

Luego de diez largos minutos por fin llego al portal Tunal me acerco al tumulto de personas, pongo mi tarjeta en el torniquete el cual descuenta 2.300 pesos siendo un valor muy alto para el bolsillo de toda la comunidad, por este motivo se encuentra en el cuarto lugar en los pasajes más caros en Latinoamérica. 

Me sorprendo al ver que hay muchas personas esperando el B27 Portal Norte, ya que este es más rápido debido a que hace tan solo hace siete paradas hasta el destino, siendo las 5:25 para el articulado, “parece una batalla alcanzar el trono y solo es una silla roja”. Las personas no dejan ingresar atascan la entrada impidiendo el acceso, cuando ya estoy más cerca el conductor decide cerrar las puertas y al mismo tiempo mis esperanzas se apagan. 

5:28 a.m y el río de gente me empuja hacia dentro del articulado, quedo justo la puerta. La congestión, la señora del bolso grande me da un codazo mientras un señor pasa su brazo por enfrente de mi rostro para sujetarse de los barandales, al fondo escucho al vendedor ambulante ofreciendo sus productos en medio de la multitud, algunas personas susurran su gran desesperación u otros rogando porque el señor del volante acelere, la mezcla de malos olores corporales y splash de frutas se combinan apoderándose del lugar. 

Durante el recorrido mi preocupación crece y la desesperación se apodera de mi, cansada de los apretones ya llegando a la estación Avenida Jiménez miro nuevamente la hora, me entristece saber que ya son las 5:48 “Quisiera poder detener el tiempo, así como lo hace el articulado en los semáforos en rojo cada dos o tres cuadras”. 

Pasan doce minutos  y el Transmilenio para en la estación Marly, se bajan diez personas y se suben veinte, la puerta cierra lentamente porque la maleta de lo que parece ser un estudiante queda atrapada, llega la fase del enojo porque el articulado con voz robotizada dice “6:00 a.m del 11 de septiembre de 2018” hora en la que ya debo estar en mi lugar de trabajo. 

Por fin he llegado a la estación Virrey, pero esto no acaba aquí, me dirijo al vagón dos a la ruta fácil número ocho con destino al terminal, donde tarda tres minutos según la indicación del aviso electrónico, pero me engañó, pasaron tres minutos y nada pasa, luego de ocho minutos veo ese ocho muy grande, procedo a ingresar para llegar a la estación calle 100 (Siguiente parada de Virrey). 

Luego de dos minutos allí espero ansiosa el pito del articulado que anuncia el abrir de las puertas tal como una carrera de atletas, las personas en la estación son los obstáculos de la prueba esquivándolos uno a uno con la prevención de no empujar, siendo el torniquete en la salida la primera meta, después paso el puente pero la prueba no termina ahí, mientras que corro durante ocho minutos siete cuadras mi energía se agota, llego al edificio con dolor en las piernas y en el cuello debido a la odisea en el transporte. 

Llego a la meta final, que es ingresar para registrarme y escribir la hora de entrada, sin embargo la tortura no termina luego de ver el reloj en la pared que marcan las 6:16 me generan ansiedad, arreglo mi cabello, seco mi sudor de la frente con un pañito que saco del bolso y a lo lejos se escucha una gran voz retumbante con un tono agresivo que dice “Por favor hay que madrugar más, que no se vuelva a repetir Laura” respondo con voz casi cortada “Si señor” en mi mente “Dos horas de recorrido y no son suficientes, odio esto…”. 

Redactado por: Laura Michell Córtes



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